23 mayo, 2020

ENSAYO SOBRE EL “-ISMO” ACTUAL

A partir de la participación del ser humano en las decisiones que atañen a la sociedad, desde la creación de comunidades, ciudades y centros urbanos, desde las intenciones casuales, causales o consecuenciales de quienes han pensado o actuado sobre la vida urbana, desde la implementación de estilos de vida rural, semirrural y suburbana, y desde la concepción que tenemos hoy en la práctica y la teoría sobre el urbanismo, es que pretendo dar mi punto de vista sobre el actual proceder de las cosas que tenemos a nuestro alrededor, y que nos conectan sin darnos cuenta con las realidades de los demás.

Con la terminación de la Segunda Guerra Mundial, el pensamiento colectivo ha acelerado su continuo y contundente cambio, a tal punto que se puede categorizar por década cada estilo, algo que anteriormente se resumía en generaciones, en siglos, o en culturas antiguas. Basta con darle una hojeada a la historia y verificar que antes de la segunda mitad del siglo XX se podía agrupar a varios artistas, en una misma corriente, dependiendo de su época (edad media, renacimiento, barroco, etc.) pero a partir de los años 50 del siglo anterior, cada década tiene su propio estilo, su propio movimiento, su propio “-ismo”, incluso llegando a tener varios en un mismo periodo de tiempo, que se contrarrestan, se yuxtaponen, hasta se estorban. Y no está mal. Estas corrientes tan dispares y plurales, paradójicamente nos dan una visión más global de nuestro entorno, y esa palabra (global) se ha desnaturalizado por completo gracias a la presencia masiva del internet desde finales de los 90.

Carros, relojes, vestidos, zapatos, computadores, celulares, televisores… todo, absolutamente todo, ha pasado por una evolución en su diseño, de lo meramente funcional, a lo funcional y estético, donde cada uno debe ser mejor que el otro, así se produzca en serie y tengan el infame sello de “hecho en China”. Por esto, en la actualidad no tenemos una sola corriente de cual creernos parte, si no muchas, y que varían frecuente y rápidamente. Esa velocidad del cambio constante, del que no podemos escapar ni asentar, esa velocidad en la que tenemos toda la información a la mano, pero de la que no podemos (o no queremos) pasar de lo más banal y superficial, es la que nos determina como generación, la que nos identifica el periodo histórico en el que estamos, y que me permito llamar “FRENETISMO”.

Aunque estemos descansando plácidamente en nuestras casas, viendo pasar el tiempo sin afanes, la vida por fuera de esta sigue su rumbo vertiginoso, y cuando volvemos a este, muchas veces nos cuesta encontrar de nuevo en dónde quedamos parados. Pero las pausas son buenas, son necesarias, en todo, en la música, en los deportes, en la arquitectura, en el arte. Un ejemplo (mundano a más no poder) de esto, es un partido de fútbol: si el partido es monótono, lento, donde los dos equipos se quedan tocando el balón pero no inquietan a ningún arquero rival, uno, como espectador, define el partido como aburrido; si en cambio, los dos equipos son de una presión constante, gol va, gol viene, y no hay filtros en el medio donde se permita una gambeta, una pared, una jugada elaborada, termina 20 a 20, puede que empecemos eufóricos, pero al rato vamos a estar agobiados, cansados, y hasta distraídos, pues el partido no nos muestra nada interesante; cuando un partido empieza con jugadas de toque, varios pases seguidos, llegadas de gol detenidas por una genialidad del arquero o de la defensa contraria, que por momentos empiezan a generar angustia en el espectador, para que cuando llegue el ansiado gol, la tribuna explote de alegría, y luego vuelva la calma, para volver a generar la angustia, o por qué no, dejar que el otro equipo también juegue, es ahí cuando el equilibrio entre calma y frenetismo nos permite disfrutar de un evento particular.

Lo mismo ocurre con la buena música; empieza tranquila, cuando se acerca al coro va incrementando su intensidad, llega el desenfreno total, y vuelve a la calma inicial. Esto no ocurre con la música tropical[1] actual que tanto le gusta al latinoamericano promedio. Esta es monótona, sin cambios de ritmo drásticos, mas sí armónicos, pero que al igual que el primer ejemplo del partido, no permite esos momentos de euforia repentinos, y a su vez se convierte en una repetición de lo mismo, que llega a parecer una sola canción cuando termina una y empieza la otra. Es tan monótona y sencilla, que es paradójico cuanta gente disfruta de esto, y solo encuentro una respuesta: es la manera de bajar el ritmo de vida frenético que se lleva, un equilibrio de las velocidades humanas. Lo que no trae la canción, se convierte en una especie de “zoom-out” en la que se une todo lo general. Debo aclarar que la danza, como evento ritual, como proclamación, promulgación de un interés común, de un grupo específico, es válido bajo mi entendimiento del arte, pero como justificación del desenfreno colectivo, de la fiesta y de la bulla, no tiene razón de ser para mí.

Durante el periodo de cuarentena provocado por el COVID-19, que nos obligó a estar en una situación completamente distinta a la habitual, esta velocidad tuvo un freno, una disminución súbita, la cual desencadenó en afectaciones de tipo mental para muchas personas, y evidenció la necesidad patológica de bulla proveniente de nuestro entorno de la mayoría de personas, pues al tener momentos de profundo silencio, en los que no se oía un solo carro pasar, una máquina producir, ni los pregoneros de productos de toda índole con su sonsonete acompañado de música a través de un megáfono, impulsó a la proliferación de parlantes en las ventanas de las casas, que reproducían a alto volumen, la música que cada quién quisiera poner, llegando incluso a niveles de cacofonía similares a los de cualquier zona rosa, de cualquier ciudad latinoamericana, un viernes o sábado en la noche. Con el paso del tiempo, y al ver que la permanencia en casa se prolongaba aún más, esta situación fue quedando reducida a unos pocos vecinos por cuadra, quienes diariamente insistían con sacar el parlante y encenderlo al mayor volumen posible. Al empezar las regulaciones de vuelta al trabajo de manera gradual, volvieron los carros, las máquinas, los obreros, quienes de a poco, retomaron la producción de ruido con el que la mayoría sentía que estaba todo bien, y gracias a esto, los parlantes cesaron. En definitiva, el FRENETISMO está implícito no solo en los creadores, si no en la población, impactando con fuerza en el sentido del oído, donde se encuentra también el equilibrio, y las relaciones de distancia aparente juegan un papel fundamental en cada ser humano. Si la bulla está cerca, la velocidad es mayor, y la actitud de las personas demuestra cierta satisfacción con esta. Por el contrario, si la bulla está lejos, es inexistente, y el silencio hace presencia continua, la mayoría de personas demostraron un nivel de frustración tal, que solo era compensable con la instalación de los parlante y su música acompañando. Como que en el colectivo humano existe una relación entre bulla=progreso-velocidad directamente proporcional a silencio=inutilidad-lentitud. Aquí no caben gustos, ni derechos, aquí la suma de individuos no produce humanidad, produce ruido; aquí el derecho del otro, del vecino, está por debajo del propio, pues si cada uno no tiene saciada su necesidad de bulla, no importa si hay alguien que disfrute del silencio, la bulla tiene que estar, como respuesta a sentirse parte de un todo frenético, en movimiento, y falsamente productivo. Se perdió de alguna manera el silencio, su disfrute, su necesidad para poder meditar, pensar con calma, tomar decisiones acertadas, o simplemente, por ocio.

Todo lo anterior para decir que la arquitectura, el urbanismo, el diseño, también es parte del FRENETISMO; este se ve en la calma de los barrios en comparación de los centros poblados, y del interior de las casas o apartamentos, con la bulla de las calles. Se evidencia en el “skyline” propio de cada urbe: casas de uno o dos pisos que van incrementando su altura hasta llegar a rascacielos de más de 40 pisos y vuelve de nuevo a la altura unifamiliar. Al igual que en los ejemplos iniciales, del equilibrio entre lo calmado y lo frenético, depende el agobio o no del habitante urbano. En la arquitectura se ve no solo en la volumetría del edificio concebido, si no en el funcionamiento de los recorridos y las estancias. La vivienda, el comercio, los servicios, todo tiene un ritmo, diferente entre sí, pero siempre tiene una proporción (generalmente pensada) entre calma y frenesí, entre quietud y movilidad, entre público y privado. No importa si el que diseña se siente parte del movimiento moderno, minimalista, deconstructivista, clásico, ecléctico o neutral; el FRENETISMO viene incluido. Simplemente fíjense en la representación gráfica de sus propuestas. Un diseño es bueno cuando logra llevar a niveles de dibujo técnico, la esencia del frenesí actual y su equilibrio con la calma requerida para no terminar por enloquecer al usuario final.

Vivimos en la era del FRENETISMO, donde cualquier cosa que uno diga puede ser debatida, rebatida, destruida. Donde la empatía es un lujo que muy pocos se quieren dar, porque implica pensar más allá de uno mismo, porque destruye las barreras y defensas que permite la “invisibilidad pública” de las redes sociales, la valentía de tener un teclado y una red WI-FI a disposición 24-7. Estamos en la época de la velocidad, donde tomarse un tiempo para pensar las cosas, está mal visto, donde esperar es un lujo, donde la “verdad” tiene muchos matices y pocos cuestionamientos, donde se traga entero y no se asumen responsabilidades. Esta es la era de la velocidad, de la inmediatez, del YA antes que el AHORA. No importa lo macro, no importa lo micro, importa lo actual, y si no se genera una respuesta significativa, se cambia por otro diferente en cuestión de nada; la vida no da espera y está en nosotros generar el equilibrio que se requiere.

Ahora la pregunta es ¿Qué vendrá después? ¿seremos capaces de vivir en otro -ismo o la vida acelerada y frenética va a continuar por mucho más tiempo? El tiempo lo dirá, más temprano que tarde, pues por la misma velocidad a la que se mueve el mundo, es posible que pasemos de un mundo frenético, a un mundo hiperacelerado, donde el “multitasking” haga del tiempo algo inexistente, donde la velocidad de trabajo, sea mayor a la velocidad física y medible, donde el concepto de minuto, hora, día, pierdan el sentido, donde el rendimiento ya no se mida en relación trabajo/horas si no en trabajo/bulla, donde las relaciones interpersonales estén reducidas a una pantalla, donde la vida social, en comunidad, se limite a recibir un domicilio entregado por un dron.

Todo esto lo escribo en medio de mi confinamiento, periodo del que no espero mucho de la sociedad, y del que no creo que salgamos mejores, en cambio, se notarán más las diferencias, se rechazará más al que no comparta gustos e ideales, se infravalorará lo evidente y dará un valor extra a lo virtual, donde no importará el otro como parte de un colectivo, donde la noción de humanidad habrá perdido todo su significado. Espero equivocarme…



[1] Me refiero al vallenato y al reguetón.


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